Desde que perdí a nuestra hija Abby, muchas personas bien intencionadas me han preguntado cómo estoy o cómo me siento, también han dicho: “No puedo entender tu dolor”, o “No sé qué decir”. ¿Por qué la gente no sabe qué decirme? Porque afortunadamente no han perdido a un hijo. Sí, un hijo. Abby es mi primera hija, incluso cuando nadie pudo conocerla e incluso cuando solo pudo vivir dentro de mí durante tan sólo 26 semanas. Incluso cuando todavía la gente nos ve como una pareja sin hijos. En este mundo, solo yo la conocí, y qué bendición ser la única que pudo conocerla. Mi esposo no tuvo tanta suerte, ya que ella no se estaba desarrollando dentro de él.
¿Cómo estoy? o ¿Cómo me siento ahora? Esta es una respuesta honesta: Ocho meses después, y sigo viviendo mi peor pesadilla, ¡gracias por preguntar!
Perder a un hijo te hace sentir que tu vida ya no tiene sentido ni propósito. Te hace sentir que eres un fracaso como mujer y que no pudiste traer un bebé vivo a este mundo. En lugar de engendrar vida, engendraste muerte. Y fracasaste en la característica fundamental de toda vida conocida: reproducción. Y no, no estoy clínicamente deprimida ni tengo tendencias suicidas, o al menos ya no. Ahora soy una madre en duelo y esto es lo que se siente. Apuesto a que la tasa de suicidio es muy alta entre los padres en duelo, porque se necesita una fuerza increíble para levantarse del suelo todos los días y poder afrontarlo. ¿Ves? digo “afrontarlo” y no “superarlo”, porque no hay forma de superarlo, así como no hay forma de devolver el tiempo hacia atrás.
La gente no puede llegar a entender este dolor, porque es un dolor que no debería siquiera existir. No deberían haber bebés muriendo antes de nacer, no deberían haber niños muriendo antes que sus padres. No deberían haber niños muriendo en absoluto. El dolor de perder un hijo es constante, no es algo que se va, siempre está ahí y a veces incluso en tus sueños. Y cuando despiertas, la realidad te golpea de nuevo y te das cuenta de que en lugar de tener un bebé que alimentar, bañar, vestir o abrazar; no tienes nada. Tu cuerpo luce ahora asqueroso y tu mente es un desastre. Cada vez que te miras al espejo ves el peso que no pudiste perder durante el posparto, las estrías en tu vientre y tu matriz vacía, pero nada que lo justifique. Para las mujeres que tuvieron una cesárea, su cicatriz será un recordatorio constante de la pérdida de su bebé cada vez que se miren al espejo o se duchen todos los días. Tu cabeza y tu cuerpo ahora empezarán a jugar contigo constantemente, porque hay pataditas de bebé que seguirás sintiendo durante mucho tiempo después de que tu bebé murió, y que te engañan haciéndote creer que todavía estás embarazada, pero no lo estás.
Dar a luz a un bebé sin vida te jode de por vida por completo y también arruina la alegría de cualquier futuro embarazo debido al trauma que te deja. Se supone que tener un bebé es un momento feliz para toda una familia. Dar a luz es un proceso doloroso físicamente, sí, pero no es un dolor que una madre no pueda tolerar, porque después de todo el esfuerzo físico para dar a luz al bebé, hay una merecida recompensa. Puedes conocer a tu bebé y saludarlo. Puedes escuchar a tu bebé llorar y respirar. Puedes verlo abriendo sus grandes ojos. La gente te felicita y te dice lo hermoso que es tu bebé. Puedes cargar, bañar y alimentar a tu bebé. Puedes llevar a tu bebé a casa. Puedes ver a tu esposo mirando a su bebé con ojos llenos de orgullo y amor.
Pero al morir un hijo, todo lo que puedes sentir es dolor y todo lo que te queda es el cuerpo de tu bebé para ser enterrado o incinerado. El dolor físico de dar a luz a un bebé muerto no es nada comparado con el dolor emocional que sientes durante todo el proceso. En mi caso, no pedí la epidural, porque sentía que de nada me iba a ayudar a sentirme mejor. También estaba segura de que necesitaba castigarme a mí misma por lo que sucedió, como si fuera mi culpa que mi bebé se muriera. Y nada podría ser peor que el dolor de la muerte de mi hija, así que pensé que realmente no lo necesitaba. Yo sólo quería morirme ese día, y le pedí a Dios por eso, porque sentía que morir era la única forma de sentirme un poco mejor y estar con ella.
Al final, después de todo el esfuerzo físico, lo único que queda es un vacío en el corazón, mucha culpa y dolor. Tienes el cuerpo de tu bebé y puedes verlo, sí, pero no por mucho tiempo. Los cuerpos comienzan a descomponerse muy rápido, especialmente los cuerpos pequeñitos. Al principio el bebé estará tibio, pero empieza a enfriarse muy rápido. Al principio, el bebé parecerá un muñeco perfecto con su boquita abierta, pero no se va mover, no va a respirar, no abrirá sus ojos, y no llorará. Todo lo que puedes escuchar es a las personas en tu habitación llorando suavemente al ver a una familia incompleta y escucharás la felicidad de otras personas muy afortunadas en cuartos vecinos. Pronto tu bebé ya no parecerá un bebé. Recuerdo que mis primeras palabras para mi hija fueron: “Lo siento, lo siento mucho”. ¿Por qué? Porque me sentí culpable por el diagnóstico y por su muerte, aún cuando todos los médicos, genetistas y especialistas en cardiología me han explicado una y otra vez que no fue mi culpa. Pero es más fácil decirlo que aceptarlo…
La cuestión es que, cuando pierdes un hijo, la culpa nunca te dejará. Empiezas a pensar en todo lo que podrías haber hecho diferente durante tu embarazo, tu mente sigue encontrando razones para que te culpes, como la vez que estuviste trabajando en el campo durante el verano, la vez que usaste un poco de maquillaje para ir a la graduación de tu amiga, las multivitaminas que estuviste tomando o la vez que le dijiste a tu amigo que este embarazo se le atribuía a la ciencia y no le diste mérito a Dios. Siempre habrá algo por lo que sentirse culpable… siempre. Y la culpa no tiene nada que ver con lo que otras personas puedan estar pensando o diciendo de ti. Esa es una historia diferente… porque algunos te van a culpar y otros no.
Siendo sincera, la mayor parte del tiempo me siento muy, muy enojada. Enfadada con un mundo que sigue girando después de esta tragedia. Enojada con las mujeres embarazadas que fuman o beben alcohol, asumiendo que terminarán con un bebé sano. Enojada con Dios por no escuchar mis oraciones y no salvar a mi bebé. Enojada con los médicos por no poder ayudar a mi bebé a tiempo. Enojada con mi familia por no poder conocerla. Enojada con mis supuestos “amigos” por no saber qué decir o ignorar el hecho de que tuve un bebé y no preguntar por ella. Enojada con mi jefe anterior, por decirme que “Parece que ya lo superaste” o preguntarme “¿Cuándo volverán a intentarlo?”, como si no estuviera lo suficientemente dolida o como si la naturaleza hereditaria del HLHS (síndrome de corazón izquierdo hipoplásico) y la alta tasa de recurrencia observada no fuera lo suficientemente grande como para asustarme. Enojada con la gente que me dice “Sigue adelante”, como si hubiera una manera de hacerlo. Enfadada con los extraños que pasean con sus bebés hermosos y saludables por el parque. Enojada con las personas que usan frases que comienzan con: “Al menos”… por ejemplo “Al menos ya sabes que puedes quedar embarazada”. Enojada con la gente que me dice que “Mi hija ahora es un ángel”. ¡No quería que fuera un ángel, por el amor de Dios, todo lo que quería para ella era que fuera saludable! Enfadada con la gente que me dice “Eres joven y tendrás otros hijos”, como si Abby fuera reemplazable de alguna forma… o como si mis problemas de fertilidad ya no existieran… o como si esto no fuera capaz de repetirse de nuevo. Enojada con la gente que me dice que “Todo pasa por algo”, como si mereciera la muerte de mi hija, o si fuera una especie de castigo enviado por Dios o que sus planes para mí fueran no poder convertirme en madre. Enojada con la gente que me dice que “Ella está ahora en un lugar mejor” porque no hay mejor lugar para un niño que con su madre y su padre. Enojada con la gente que compara la pérdida de cualquier otro ser querido con la pérdida de un hijo, ya que definitivamente no es lo mismo. Alguien me dijo una vez que los ataúdes más pequeños son los que más pesan, y esa persona tiene toda la razón. Enojada con las personas que te dicen que los llames en caso de que necesites algo, pero no hay nada que puedan hacer porque todo lo que necesitas es poder traer a tu hijo de vuelta. Enojada con la funeraria que no quiso tocar el cuerpo de mi hija o cambiar su vestido antes de la cremación y por no poner sus cenizas en una bolsa antes de ponerlas dentro de la urna y en cambio obligar a mi esposo a hacerlo meses después de que nuestra hija falleciera para poder llevarla de vuelta a Costa Rica. Enfadada con la gente que me puede ver claramente en la calle o en el supermercado o en el trabajo y no pueden ni siquiera saludarme.
Enojada conmigo misma por no poder ser la mamá que quería ser. Enojada con la vida, porque ya no hay alegría en ella. Enojada con la gente que me dice que me deshaga de las fotos, como si ella nunca hubiera existido. Enojada con las personas que me dijeron que “Disfrutara mi sufrimiento”, porque solo se enteraron de mi embarazo después del diagnóstico. Mantuve mi embarazo en secreto porque ya se consideraba de alto riesgo, incluso antes del diagnóstico. Enfadada con la enfermera del hospital que solo leyó en mi expediente que tuve un bebé y luego me felicitó por el nacimiento de mi hija sin saber que en realidad murió. Enojada con todos solo por ser felices con sus vidas. Hay mucha mucha rabia y ya no sé cómo sonreír. Y la lista sigue creciendo…
Otras veces siento que no hay nada en este mundo que sea verdaderamente importante, incluido mí trabajo. Cuando las personas se quejan de ciertos problemas en el trabajo, yo pienso que estos problemas son insignificantes o muy estúpidos y que no debería haber ninguna razón para preocuparse por un problema de este tipo en absoluto. ¿Por qué las personas se ahogan en estos problemas? cuando claramente el problema tiene solución. Todo tiene solución, excepto la muerte. Con ella no hay vuelta atrás. Esto creo que me hace más “madura” y consciente de todas las estupideces que nos rodean como sociedad. Hay cosas más importantes, al menos más importantes ahora para mí. La sociedad tiene todas las prioridades en orden equivocado, y mucha gente no lo ve.
Yo solía ser una persona que hacía un regalo a cada nuevo bebé en mi familia o círculo de amigos, incluso antes de nacer. Iba a todos los “té de canastilla” o “baby showers” para celebrar el nacimiento de una nueva vida en este mundo. Solía sentirme muy, muy feliz por todos los nuevos padres y les deseaba lo mejor. Ahora trato de alejarme lo más posible de ellos. ¿Por qué? Porque no es saludable para mí y simplemente se siente injusto. Se siente injusto que otros puedan tener bebés sanos. ¿Qué tienen de especial ellos o sus bebés para que puedan vivir? Sé que esto suena horrible, y me hace parecer loca y muy egoísta, y yo no era una persona egoísta… pero en este momento no es saludable para mí estar rodeada de personas que tienen bebés. Y reconocer eso es importante para mí. Es posible que nunca pueda concebir otro hijo biológico, o un niño con un corazón sano, y que Abby sea la única. Además, sé que represento ahora la peor pesadilla para estos nuevos padres primerizos. Muchos creen que es contagioso. Y nadie en su sano juicio querría estar cerca de alguien como yo ahora. Yo tampoco querría. Los escucho hablar sobre la planificación de sus “baby showers” o fiestas para revelar el género del bebé, decorar el cuarto del bebé o buscar un lugar en el jardín de infantes para su bebé no nacido a tan sólo seis meses de gestación y todo lo que puedo pensar es en el millón de razones por las que los bebés podrían morir durante un segundo o tercer trimestre, incluso justo antes de nacer. No me malinterpreten, todavía me siento feliz por esos padres primerizos, ahora rezo mucho por esos padres y esos bebés y les deseo lo mejor, pero ahora me siento muy preocupada, ansiosa y paranoica por el destino del bebé en específico. Y me abstengo de regalarles nada antes de que nazca ese bebé, en caso de que suceda lo peor. Porque es difícil lidiar con todas las cosas del bebé una vez que tu bebé ha muerto y ahora entiendo cuánto daño psicológico pueden causar esos regalos tempranos a una madre en duelo.
Entonces, la próxima vez que le preguntes a una madre en duelo cómo está y cómo se siente, es posible que sepas que no hay: “Estoy bien. Gracias” o “Me siento bien. Gracias”. ¡Esa respuesta no es real! Ahora tal vez puedas entender solo un poco qué tan grande es el dolor de perder a un hijo, y por lo tanto, puedes intentar ofrecer otro tipo de palabras como: “Es bueno verte hoy” o “Me alegro de verte”, en lugar de preguntar: ¿cómo estás?. Puedes intentar olvidarte de confortar a esos padres con todos esos clichés que solo te hacen sentir bien a ti. Ahora ya sé que esta tragedia puede pasarle a cualquiera, y si eres uno de esos afortunados que llegan a tener un bebé saludable, no te quejes de tu nueva vida como padre primerizo porque muchos estaríamos encantados de cambiar de lugar contigo.