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No tiene que ser un secreto

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Cuanto más triste es la noticia, menos probable que la gente la mencione. En el momento en que perdí mi inocencia sobre eso, vi lo descuidada que había sido.

Dos veces he oído la historia de alguien que conoce a alguien que ha perdido un hijo desde que murió Pudding, y es dificil no reservar un vuelo inmediatamente, para llegar a algún lugar donde no me quieren, sólo para poder decir “A mí también me pasó” porque significó mucho para mí escucharlo. “A mí también me pasó” dando a entender: No es tu culpa. No eres un fenómeno de la naturaleza. Esto no tiene por qué ser un secreto.

Asi es como funciona. Cuando muere un bebé, de repente se hacen visibles otros niños fallecidos: hijas e hijos. Primos hermanos. El chico vecino. El primer hijo. El último hijo.

Todos esos niños muertos. ¿Quién sabe lo que quieren? En nuestros mejores momentos seguramente entendemos que los muertos no necesitan nada. Más allá, o no más allá: los muertos tienen atendidas sus necesidades. Pero querer cosas es algo más, y hablamos de eso todo el tiempo. “Es lo que él hubiera querido”. Sus últimos deseos. Menos mal que alguien es capaz de tomar una decisión en el peor de los momentos: “así le hubiera gustado”.

Pero un bebé. ¿Quien sabe? Los bebés nacen necesitándolo todo. En un estado de emergencia. Para eso están. Muertos, no hay nada que podamos hacer por ellos y no sabemos qué querrían, ni siquiera podemos adivinarlo. Puedo fingir que conocía a Pudding. No, lo conocía, no con mi cerebro sino con mi cuerpo, y sin embargo no sé nada de él, ni siquiera lo más simple. No tengo idea de lo que querría. Y así, en mi dolor comprendo que el duelo es una especie de ventriloquia; ponemos palabras en boca de nuestros seres queridos, pero todo se trata exclusivamente de nosotros, nuestros deseos, nuestras necesidades, los muertos están satisfechos, nosotros tenemos necesidades, obsesionados con nosotros mismos. Si tu hijo no sobrevivió a su nacimiento, todos pueden verlo claramente. Yo deseo. Yo necesito. No él.

Pensé que la muerte fetal era cosa del pasado, y luego me pasó a mí y, sin embargo, ahora, cuando escucho que un bebé muere, sigo igual de incrédula. ¿Quieres decir que todavía no han resuelto esto? Quiero oír hablar de cada bebé, en todo el mundo. Quiero saber sus nombres: Christopher, Strick, Jonathan. Quiero que sus madres sepan sobre Pudding.

Los muertos no necesitan nada. Al resto de nosotros nos vendría bien un poco de compañía.

An Exact Replica of a figment of my imagination por Elizabeth McCrackenTraducción de la versión original en inglés